jueves, 28 de julio de 2011

Esta escena que aparece en el libro Siddharta, de Herman Hesse, es de una creatividad increíble. De una imaginación que logró cautivarme y convertir a Siddharta en mi libro favorito. Esta escena transita en el mundo literario, de invenciones y paradojas, donde el autor se permite disgreciones fantásticas tales como la coexistencia de un mismo ser en distintas configuraciones, o distintos personajes, que en suma representa un solo ente, el buda, siddharta, el iluminado.

El encuentro que se produce es entre el siddharta joven, imperfecto, ávido por conocerlo todo, por sufrir, por gozar, por sentir la felicidad y la tristeza, la abundancia y la pobreza, y el buda, o siddhartha iluminado, viejo, doctrinario, sabio, ultimado. Es un encuentro tan poético como soberbio, pues en el mismo Hesse trasmite su idea de lo que es el destino, de lo que es el budismo, y su interpretación sublime del mismo.
En ese intercambio de palabras entre Siddharta y Buda (la misma persona) el viejo buda le indica seguir su doctrina y magistralmente el Siddhartha joven le responde que su destino solo se guiará por su experiencia, sin influencias religiosas o doctrinas ajenas, con la única luz como guía que es su voluntad, su devenir, su acertar y su fallar, su vivir en definitiva.
La paradoja que nos muestra Hesse, es observar al Siddharta escapar de la doctrina del "Siddharta" ya iluminado, y emprender su propia doctrina, su propio camino, para llegar a ese Siddharta iluminado. La cadena temporal y conceptual parece romperse, pero se sostiene en la afirmacion de Siddhartha joven: "Has encontrado la redención de la muerte. La has hallado con tu misma búsqueda, con tu propio camino, a través de pensamientos, ensimismaciones, ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has encontrado a través de una doctrina!"

............................La vida misma es un buda caminando................................


Siddharta, sin embargo, se quedó meditando en el bosque.
Entonces se cruzó en su camino Gotama, el majestuoso; le saludó con profundo respeto y al ver
la mirada del buda tan llena de paz y bondad, el joven tuvo valor para solicitar al venerable que le
permitiera hablarle. En silencio, el majestuoso le concedió el permiso.
Siddharta balbuceó:
-Ayer, majestuoso, tuve el honor de escuchar tu singular doctrina. Vine desde muy lejos con mi
amigo para escucharte. Y ahora mi amigo se quedará con los tuyos, se ha refugiado en ti. Yo, sin
embargo, empiezo de nuevo mi peregrinación.
-Como tú prefieras -dijo el venerable, con cortesía.
-Quizá mis palabras resulten demasiado atrevidas -continuó Siddharta-, pero no quisiera
abandonar al majestuoso sin haberle comunicado mis pensamientos con sinceridad. ¿Quiere aún
prestarme el venerable un momento de atención?
En silencio el buda se lo concedió.
Siddharta explicó:
-Venerable, he admirado sobre todo una cosa en tu doctrina. Todo en ella está perfectamente
claro y comprobado; muestras el mundo como una cadena perfecta que nunca se interrumpe, como
una eterna cadena hecha de causas y efectos. Jamás se había visto eso con tanta claridad, nunca
había sido demostrado tan indiscutiblemente; en verdad, el corazón del brahmán palpita con más
fuerza cuando ve el mundo a través de tu doctrina, como perfecta relación, ininterrumpida, lúcida
como un cristal, independiente de la casualidad, libre de los dioses. Queda en tela de juicio si el
mundo es bueno o malo, si la vida en él es sufrimiento o alegría; quizá sea porque ello no es
esencial. Pero la unidad del mundo, la relación entre todo lo que sucede, el enlace de todo lo grande
y lo pequeño por la misma corriente, por la misma ley de las causas del nacer y morir, todo eso
brilla con luz propia en tu majestuosa doctrina. No obstante, según tu propia teoría, esa unidad y
consecuencia lógica de todas las cosas, a pesar de todo se encuentra cortada en un punto, en un
pequeño vacío donde entra en este mundo de la unidad algo extraño, algo nuevo, algo que antes no
existía, y que no puede ser enseñado ni demostrado: ésa es tu doctrina de la superación del mundo, 
de la redención. Pero con este pequeño vacío, con esa pequeña fisura, la eterna ley uniforme del
mundo queda destruida y anulada otra vez. Perdóname, si pongo tal objeción.
Gotama le había escuchado con tranquilidad, sin moverse. Con voz bondadosa, cortés y clara le
contestó ahora:
-Tú has escuchado la doctrina, hijo de brahmán ¡Dichoso de ti por haber pensado en ella! Tú has
encontrado un vacío, una falta. Sigue pensando en la doctrina. Pero deja que te avise, tú que tienes
tanto afán por saber acerca de la dificultad de las opiniones y la desavenencia de las palabras. No
importan las opiniones, sean buenas o malas, inteligentes o insensatas; cualquiera puede defenderlas o rechazarlas. Pero la doctrina que has oído de mis labios no es mi opinión, ni su objetivo es
explicar el mundo para los que tienen afán de saber. Su fin es otro: es la redención de los
sufrimientos. Eso es lo que enseña Gotama, nada más.
-No me guardes rencor, majestuoso -exclamó el joven-. No te he hablado así para buscar un
desacuerdo o la desavenencia con palabras. Desde luego, tienes razón, y poco importan las
opiniones. Pero déjame decir una cosa más: ni un momento he dudado de ti. Ni un momento he
dudado de que tú fueras el buda, de que hubieras llegado a la meta, al máximo, hacia el que tantos
brahmanes e hijos de brahmanes se hallan en camino. Has encontrado la redención de la muerte. La
has hallado con tu misma búsqueda, con tu propio camino, a través de pensamientos,
ensimismaciones, ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has encontrado a través de una
doctrina! Yo pienso, majestuoso, ¡que nadie encuentra la redención a través de la doctrina! ¡A nadie,
venerable, le podrás comunicar con palabras y a través de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en
el momento de tu inspiración! Mucho es lo que contiene la doctrina del inspirado buda, a muchos les
enseña a vivir honradamente, a evitar lo malo. Pero esta doctrina tan clara y tan venerable no
contiene un elemento: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, él solo, entre centenares
de miles de personas. Esto es lo que he pensado y comprendido cuando escuchaba tu doctrina. Y
por ello, continúo mi peregrinación. No para buscar otra doctrina mejor, pues sé que no la hay, sino
para dejar todas las doctrinas y a todos los profesores, y para llegar solo a mi meta, o morirme. Sin
embargo, a menudo me acordaré de este día, majestuoso, y de esta hora en que mis ojos vieron a
un santo.
Los ojos del buda miraron sosegadamente hacia el suelo; en su rostro impenetrable resplandecía
la tranquilidad del alma.
-¡Que tus creencias no sean erróneas! -invocó el venerable lentamente-. ¡Que alcances tu fin!
Pero antes dime: ¿Has visto el conjunto de mis samanas, de mis muchos hermanos, que se han
refugiado en la doctrina? ¿Y crees tú, samana forastero, que para todos ellos sería mejor abandonar
la doctrina y volver a la vida del mundo y de los placeres?
-Tal pensamiento se encuentra muy distante de mí -alegó Siddharta-. ¡Que todos ellos se queden
con la doctrina, que alcancen su meta! ¡No tengo derecho a juzgar la vida de otro! Tan sólo para mí,
únicamente para mí he de juzgar, elegir, rechazar. Nosotros, los samanas, buscamos la redención
del yo, majestuoso. Si ahora fuera uno de tus discípulos, venerable, temo que me ocurriera que sólo
aparentemente mi yo consiguiera la tranquilidad y la redención; pero me engañaría, pues viviría con
la verdad y me haría más importante, ya que entonces escondería dentro de mi yo la doctrina, la
imitación, mi amor hacia ti y hacia la comunidad de los monjes.
Con media sonrisa y con una amabilidad clara e inalterable, Gotama fijó sus ojos en la mirada del
forastero y le despidió con un gesto apenas perceptible.
-Eres inteligente, samana -declaró el venerable-; sabes hablar muy bien, amigo. ¡Guárdate de
una inteligencia demasiado grande!
El buda continuó su camino. Su mirada y su media sonrisa se grabaron para siempre en la
memoria de Siddharta.
«Así todavía no he visto mirar ni sonreír, sentarse o caminar a ninguna persona -pensó
Siddharta-; de verdad, que también me gustaría poder mirar y sonreír, sentarme y caminar tan
libremente, con tanta veneración, tan escondido, abierto, infantil y misterioso a la vez. Es verdad
que sólo mira y camina así una persona que ha penetrado en lo más interior de su propio ser. Bien,
también yo intentaré penetrar en lo más recóndito de mí mismo. Hermann Hesse
Siddharta
16
«He visto a una persona -meditó Siddharta-, a una sola, ante la cual he tenido que bajar la
mirada. Ante nadie más quiero bajar mis ojos, ante nadie más. Ninguna doctrina me tentará, ya que
la doctrina de este hombre no me ha tentado.
«EI buda me ha robado -reflexionó Siddharta-. Me ha robado, pero más aún me ha regalado. Me
ha robado un amigo que creía en mí y que ahora cree en él, que era mi sombra y que ahora es la
sombra de Gotama. Pero me ha regalado a Siddharta, a mí mismo

martes, 12 de julio de 2011

¿Que hace que el Poema sea un Poema?

Que hay en el poema que nos hace sentir así; que nos atraviesa y nos deja en el limbo de la cavilación, del recuerdo, de la imagen memoriosa, de la admiración, de la sorpresa y la belleza.


como dice este genial escritor, aquello que nos permite sentir el poema, aquello que emana de el, eso que lo configura, lo arma y lo hace crecer en sus palabras y sentidos, esta mas allá de lo que nuestros ojos pueden ver, o nuestra mente puede analizar, o nuestro corazón (si nos permitimos el romanticismo) puede percibir.


La cadencia, la plenitud y la perfección dadas por la concatenación de palabras y conceptos, que en su única e irrepetible combinación logran eso, el timing! palabra que no tiene otra descripción real que la de un sonido, beep, beep,..... 
eso que esta mas allá de nosotros y de lo que podamos razonar.... todo en la vida lleva un timing, una imperfección dinamica, una exacta ubicación de las cosas en un determinado momento que hace que sean especiales, únicas y maravillosas... la música sin ir mas lejos, aquella melodía que nos quiebra los huesos.... 
todo culpa del timing, y de nosotros! que lo podemos sentir! homo sapiens sapiens nos califican por ahí....




Charles Bernstein


I’m going to set my timer.

It’s not rhyming words at the end of a line.
It’s not form.
It’s not structure.
It’s not loneliness.
It’s not location.
It’s not the sky.
It’s not love.
It’s not the color.
It’s not the feeling.
It’s not the meter.
It’s not the place.
It’s not the intention.
It’s not the desire.
It’s not the weather.
It’s not the hope.
It’s not the subject matter.
It’s not the death.
It’s not the birth.
It’s not the trees.
It’s not the words.
It’s not the things between the words.
It’s not the meter.
It’s not the meter—

[timer beeps]

.....................................It’s the timing


http://www.youtube.com/watch?v=auhINfzRcyY

martes, 28 de junio de 2011

"El Abandono y La Pasividad" de Antonio di Benedetto

Cuenta la anécdota que Sabato y Di Benedetto trabaron una discusión sobre si era posible escribir, sin seres humanos, sin personajes de carne y hueso, una historia. Di Benedetto tomo la posta y se arriesgó, escribió este cuento y se lo envió a Sabato. Don Ernesto, hábil y firme en su idea, le respondió "la excepción confirma la regla".


Si bien no hay humanos, hay dos historias: una es la oficial, objetiva y literal de los objetos; la otra es la de dos personas, un despecho, una huida, un adiós sin hasta luego .




Una bocanada de luz se derramó en el cajón de la ropa de hombre; pero inmediatamente fue ahogada. La luz fue entonces sobre la ropa femenina, que mudó de continente: del cajón de la cómoda a la valija, sin la pulcritud sedosa que conoció recién planchada. Un viso, despreciado, quedó marchito y encogido sobre la cama. La malla enteriza perdió la compañía de las dos piezas bikinis.
Cuando la puerta selló con ruido la salida de la valija, el vaso alto de agua al fin intacta permaneció haciendo peso sobre el papel escrito, asociado, en la explanada de la mesita, a la presencia vertical de un florero de flores artificiales, rojas en exceso, veteadas de un rosa tierno mal conjugado con el color furioso.
Pero al acallarse la violencia exterior, también la violencia del sol, la vena rosa se extinguió y las flores comenzaron a ser una revuelta e impalpable mancha acogida a las discretas sombras. Entonces, sólo el despertador mantuvo la guardia, una relativa espera, espera de luz de velador, de transformarse el orden de algunos objetos, su integridad tal vez.
Porque todo era pasivo-o mecánico, el reloj-, aunque dispuesto a servir en cuanto la puerta se abriera.

El vaso, casi repentinamente, alarga su sombra, una sombra liviana y traslúcida, como hecha de agua y cristal; luego, despacio, la contrae y más tarde, con cautela, la extiende de nuevo, pero con otro rumbo.
Otra vez cuando afuera, en el cielo, hay nubes y ruidos como derrumbes subterráneos, el vaso está aterido y tiende a ser algo neto, conciso, también, si es posible, levemente impregnado de azul.
El despertador ha caducado.
Por su inercia cobra vigencia una mosca, entre un sol y otro, entre un sol y otro, pero no más de dos.
El agua se enturbia en el vaso y se hace nido. Como una flor ha sobrenadado su superficie un mosquito y adentro, ahora, prueban profundidad las larvas.
No obstante, este mar manso es cuna letal, agua sin alimento, y al cabo manda arriba los débiles despojos.
La atmósfera quiere desprender su peso creciente sobre las cosas y es una amenaza de todos los días que no puede temerse.

Una piedra, una piedra vulgar de acequia, sin aviso ni apoyo de congéneres consigue lo que antes no logró su familia menos blanca y efímera: la del granizo.
Rasga la castidad del vidrio de la ventana y trae consigo el aire, que es libertad, pero pierde la suya, cayendo prisionera del cuarto.
Sin la unidad que contribuía a hacerlo estable, el vidrio se descuelga de prisa y arrastra en su perdición al hermano hecho vaso. Lo abate con su peso muerto y se confunden las trizas entre una expansión desordenada de agua que, tan de improvisto sin claustro, no sabe que hacerse, va a todas partes, ante todo el papel que resultaba intocable vecino.
La tinta, que fue caligráfica, se vuelve pintora y figura, en azul, barbas, charcos, stalagmitas…

En adelante la ventana a nada se opone. Expedita al aire, una vez permite la brisa que elimina de la mesa el papel, seco y prematuramente viejo; otra, el viento zonda, que atropella el florero y, por si fuera poco, arroja tierra a él y sus flores.

La luz, que solo fue diurna y venía de la ventana, retorna una noche emanando de los filamentos de la lámpara del medio. Las cosas, opacas bajo el polvo, recuperan volumen y diferenciación.
Uno de los zapatos que avanzan entre ellas va sobre el papel como a corregir rigurosidades, en realidad únicamente a ensuciarlo. Así decrépito y embarrado, el papel sube crujiendo hasta la proximidad brillante de unos anteojos. Desciende hasta la mesa de noche y después, con otra luz encima, la del resurrecto velador, tiembla un rato inacabable ante los lentes redondos. Pero no se entrega. No es más un mensaje.

La pureza de la luz solar triunfa sobre el amarillo tenue, ya extemporáneo, que permanecía derivando de los dos focos.
La luz solar, consecuente inspectora, encuentra que todo está. Hay menos orden: la colcha arrugada, cajones abiertos… aunque todo permanece. Faltan del cajón la ropa de hombre una camisa, un pañuelo y un par de medias; pero encima de una silla quedan otra camisa, otro pañuelo y un par de medias, sucios.

lunes, 27 de junio de 2011

Girando se mueve el mundo

Un árbol nos separaba.
Firme entre nosotros se ubicaba.

Vos caminabas, por momentos trotabas, sin saber que girabas.
Yo caminaba, a veces trotaba, sin entender que giraba.

¡Un día, quise correr! para ver si te miraba.
¡Un día quisiste correr! no se en que pensabas.

Nunca me di cuenta, que detrás vos estabas,
Nunca te diste cuenta, que detrás yo giraba.